Progresistas

Solemos aceptar términos cuyo significado o desconocemos o adulteramos añadiéndole componentes ideológicos ajenos a la semántica. Uno de ellos es «progresista». La desastrosa coalición que nos desgobierna, por ejemplo, alardea exhibiendo la etiqueta «progresista» como un marchamo acreditativo de calidad certificada. Pontifican que ser progresista —coloquialmente, progre— es lo bueno, positivo y auténtico; que solo los de la autoproclamada izquierda, o sea ellos, lo son, y que quienes no se alinean en su bando son retrógrados nostálgicos del pasado.

Sin embargo, el vocablo «progreso» se define como «acción de ir delante»; «progresar», como «avanzar, mejorar, hacer adelantos en determinada materia», y «progresista», como «de ideas y actitudes avanzadas». E ir delante, avanzar e incluso mejorar son conceptos inespecíficos que no expresan necesariamente un movimiento o una tendencia positivos: se puede ir delante en maldad, avanzar hacia el desastre y mejorar técnicas abyectas y conductas delictivas. En principio nada es bueno o malo, dependerá del uso. El penúltimo gran hito del progreso, internet, es inmensa fuente de información, conocimiento y comunicación, pero también poderoso instrumento delictivo, moderna causa de estúpida alienación y adicción globales y un medio de ejercicio y difusión de maldad, a edades cada vez más alarmantemente tempranas.

Los que nacimos, crecimos, nos multiplicamos y moriremos libres de esta sociopatía infecta de las redes sociales, recogíamos del buzón una vez al día cartas que sabíamos leer y escribir, solo telefoneábamos en casa, llevábamos un mapa de carreteras en la guantera, escuchábamos música en el tocadiscos, pensábamos que la corrupción era una lacra exclusiva de la dictadura y comprábamos en el comercio local no pudimos imaginar que el progreso era esto. Que nos traería avances y adelantos, sí, pero solo tecnológicos. Que mejoraría nuestra salud física, pero empeoraría la mental. Que el aumento de nivel de vida, longevidad, desarrollo y libertad no han conllevado un incremento paralelo de la felicidad individual ni social y sí un inmenso daño irreparable a la biosfera. Así que, si lo contrario de progre es regre, me lo adjudico por añorar aquel mundo mejor que conocí. Entre otras cosas, porque añorar el regreso imposible al pasado es inofensivo, mientras que el progreso hacia el futuro es tan imparable como amenazador. 

Por cierto, que lo mejor de nuestra historia más reciente, la recuperación de la democracia y sus libertades, no se lo debemos a estos progres de salón que ni habían nacido. Mal que les pese, sus artífices fueron franquistas tan progresistas como Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez y Juan Carlos de Borbón. O qué eran estos, si no me falla la memoria democrática.