No es que uno quiera dárselas de profeta (y menos en su tierra), pero esta columna lleva ya unos cuantos añitos predicando en el desierto de la irresponsabilidad colectiva sobre dos pésimos hábitos colectivos tan arraigados en nuestra sociedad como el derroche de agua y electricidad en un país crónicamente deficitario en ambos recursos vitales.
Con respecto al agua, nos da igual saber que los embalses estén al 40% y bajando. Seguimos gastando 300 litros por persona y día, casi la mitad en el hogar, y tres cuartas partes de ésta en el baño, afeitándonos o lavándonos los dientes con el grifo abierto, duchándonos demasiados minutos (en solo cinco pueden irse por el desagüe hasta 200 litros) o vaciando a tope la cisterna del inodoro para otras cosas.
En cuanto al consumo eléctrico, escribí hace bastante que cuando se visitan grandes capitales europeas sorprendía su pobre iluminación nocturna, mientras que en España no sólo en las avenidas de las grandes capitales sino hasta las callejuelas de cualquier aldea y no digamos los polígonos industriales, igualmente desiertos durante toda la noche, están mucho más y mejor iluminados que las calles de Londres, Viena o Roma. Y así seguimos.
Ha tenido que explotar la actual crisis energética para poner en el candelero del debate público nuestro uso inadecuado de la iluminación y la climatización, abusando tanto de la calefacción en edificios públicos, comercios y viviendas en invierno que del aire acondicionado en verano. Y ha tenido que desbocarse fuera de control el precio de la electricidad, (diez veces más cara que cuando algunos carentes de vergüenza que tenemos en el gobierno culparon al anterior de provocar 7.000 muertos y muertas de «pobreza energética» porque la luz subió un 16%), para darnos cuenta de que ya no podemos seguir derrochándola. Mientras que el uso responsable y racional de la luz, el gas, el agua o cualquier recurso limitado debería ser una práctica permanente por parte de todos, todas, todes y todus-i, segunda declinación.
Pero una vez más, el Sinvergüenza Mayor del Reino ha vuelto a dejar claro que su palabra es la ley que sí se cumple, improvisando otro decreto chapucero de corte sovietoide que solo ha servido para cabrear y dividir más a la gente, mientras recorre 25 km en un helicóptero que consume 600 litros a la hora para ahorrase diez minutos de coche. Lo imagino riéndose desde lo alto de los españolitos que las pasan canutas abajo para llenar el depósito con un sueldo menguante frente a precios que suben más en menos tiempo que el Super Puma del SMR. Ignorantes además, pobres diablos, de que los verdaderos problemas acuciante del país son llevar corbata e iluminar los escaparates. Sobre todo, los de Madrid, claro.