Dismoralidad

Decía jueves atrás que el prefijo dis- indica negación, anomalía o dificultad pero que, en estos tiempos de eufemismo buenista, debe significar diferencia. En Medicina muchos términos lo llevan, así que, según esta tendencia político-correcta, disartria o dislexia significaría hablar diferente (o sea malamente), disentería tener el intestino distinto (tanto que te vas por la pata abajo), disfagia tragar, disnea respirar y disuria orinar de un modo distinto (todo muy chungo) y disfunción eréctil funcionar de otra manera (bastante floja por cierto).

Lo digo porque me dispongo a lavarle la cara a nuestro presidente del gobierno, aunque gaste un saco de piedra pómez, porque no creo que sea un inmoral, como se le acusa, sino dismoral, es decir, que profesa una moral diferente. Pues lo moral es «conforme con las normas que una persona tiene del bien y del mal», y para Sánchez no vale, por ejemplo, que ser corrupto sea malo y no serlo, bueno. Para él hay una corrupción mala, la del PP, y otra buena, la de su partido. No importa que Rajoy nunca fuese ni imputado: era el capo corrupto del partido de la corrupción y lo pagó con el cargo. Pero cuando la justicia condena a dos ex presidentes de su partido, no solo no son delincuentes, qué sabrán de eso los magistrados, sino benefactores sociales a los que defiende y justifica, convirtiéndose en cómplice dismoral de su corrupción.

Ni son para él delincuentes los convictos por rebelión contra el Estado, otra metedura de esos ineptos del Supremo que nada entienden de política, y por eso los indulta. En cambio, ejercer otras políticas en una comunidad autónoma que no controla sí es una intolerable rebelión. Tampoco ve un grave insulto diplomático en quedarse sentado un presidente del gobierno español al paso de la bandera de un país democrático aliado, si es de su partido, pero permite que sus ministros insulten al Rey por hacerlo ante la supuesta espada del padre de aquella república bananera, que es como si Felipe va a Barcelona y le pasean por las narices el bastón de mando de Puigdemont. Ni es obsceno para Sánchez una ley favorable a «toda persona que haya sufrido, individual o colectivamente, daño físico, moral o psicológico, daños patrimoniales, o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales como consecuencia del franquismo», que hasta ahí bien, pero pactándola con quienes más recientemente han provocado esos mismos daños a miles de personas, y con los cuales juró tres veces ante las cámaras que jamás pactaría nada. Y es que el perjurio, la deslealtad, la traición y la desvergüenza son contrarias a la moral, ese rancio concepto del pasado. Lo de Sánchez es dismoralidad. O, quizás, postmoralidad. O nueva moral. A saber cómo acabarán llamándolo.