Vista la imparable deriva ideológica que nos oprime, y como desde los frescos de Buonarroti hasta los memes digitales, Dios siempre es representado como un venerable anciano de larga barba blanca, habrá que ir calificando a la iconografía cristiana de machista. Y, aunque se acepta que los ángeles son asexuados, también se les ha pintado como varones, desde tiernos querubines dotados de alitas de pollo, pero con sus inequívocas cositas al aire, hasta jóvenes imberbes, provistos de alazas lo menos de avestruz, ocultando su ignoto género bajo las túnicas, aunque por lógica serán querubines creciditos. Pero no solo la corte celestial está poblada exclusivamente por varones. El demonio, ángel caído, al parecer también es masculino: la mitología satánica lo pinta como el macho cabrío o cabrón que en las noches de aquelarre copulaba con las brujas, y no sirviéndose precisamente del rabo de espantar moscas.
Yendo a comprar el pan he descubierto el pasquín que anuncia una ley riojana contra la violencia de género cuya ilustración juzgo sumamente desafortunada. Enmarcada por una orla de delitos («violencia en la pareja o expareja, feminicidio, violencia contra los derechos reproductivos, explotación sexual y ciberviolencia de mujeres y niñas, acoso sexual, violencia a través de los medios de comunicación y en la publicidad, mutilación genital femenina, matrimonio precoz o forzado, violencias vicaria, psicológica y física»), bajo un paraguas protector se resguarda una familia incompleta formada por la mamá, una adolescente, un púber y una niña, los cuatro con el mismo mohín a cara de perro, mezcla de enfado y desafío. Un «hasta aquí hemos llegado y no te aguantamos ni una más» dirigido, a quién si no, al ausente de la foto, el marido y padre, o sea el demonio violento físico, psíquico, sexual y vicario, feminicida, mutilador, explotador, estuprador y casamentero. Como si no hubiese mujeres que violentan o maltratan, chicas y chicos que ciberacosan a sus compañeros, madres que matan a sus hijos (y en fase embrionaria ni hablamos) o gerentes de prostíbulo que no sean tíos disfrazados de madamas.
Como miembro de una sociedad que padece esta lacra, yo también me siento víctima colateral de tales delitos, igual que cuando los asesinos etarras perpetraban otra matanza. Y, como perteneciente a la inmensísima mayoría de hombres que respetamos, protegemos y amamos a los nuestros, rechazo esta perversa propaganda que persigue demonizar al padre de familia como la amenaza de un potencial agresor físico, psíquico y sexual. En el siglo XXI la iconografía del Maligno sigue siendo masculina, pero más sutil: ahora, sencillamente, al moderno cabrón se le borra de la foto del libro de familia. Stalin, aquel hijo de Satanás, lo hacía mucho.