Kafka en Correos

No me gusta utilizar esta columna como Carta al Director denunciando algo. En dieciocho años es la tercera vez, y lo hago con el propósito de que la historia para no dormir (o, mejor, para no enviar) que les voy a contar sirva como advertencia de lo que les puede suceder si deciden utilizar la llamada Oficina Virtual de Correos. Alguien me lo agradecerá.

Para enviar por Correos un paquete hay dos opciones: facturarlo en una oficina o hacerlo en línea desde casa. Pensando que todos ganaríamos tiempo, desgraciadamente opté por la segunda. Para empezar, cumplimentar el formulario en el ordenador lleva mucho más tiempo. Es la típica carrera de obstáculos en varias etapas que el sistema no te deja superar sin rellenar los espacios obligatorios, marcados con un asterisco. Si te dejas uno, una frase destacada en rojo te conmina a hacerlo y solo entonces puedes continuar. Al fin consigo llegar a la meta y, previo pago de 24,95 con tarjeta, te descargas la etiqueta que debes imprimir y pegar en el paquete. Un correo electrónico certifica que «tu pedido ha sido procesado con éxito». 

La pesadilla comienza en la ventanilla de la oficina: no pueden admitir el paquete porque según su ordenador hay un espacio sin rellenar. Replico que es imposible porque el programa no me hubiese permitido concluir el proceso, pero me despachan al director de la oficina real, quien no se responsabiliza de lo gestionado en la virtual y me proporciona un número de teléfono para tratar de arreglarlo. En la primera llamada me informan de que en la página web existe la posibilidad de anular el envío con devolución del importe. Como no lo encuentro, vuelvo a llamar («si tal marque o diga uno, etc.») y a mitad de conversación con el se corta. Lo intento de nuevo y tras otro cuarto de hora de llamada me explican que tal devolución no es posible y que eso deberían de habérmelo solucionado en la oficina física, cerrando así un desesperante bucle kafkiano. En ese punto mi paciencia se ve superada y, harto de que me toquen el paquete, sin perder la corrección pero en un tono de enfado justificado, le replico a mi interlocutor que era una tomadura de pelo, cuatro empleados de la misma empresa mareándome con diferentes informaciones y que…¡clic!, de pronto la comunicación se corta y que te den por la raja del buzón.  

Conclusión: el paquete ya facturado y pagado no se puede enviar si no vuelves a hacerlo en la ventanilla, o yéndote a la nunca mejor llamada competencia, y despídete de los veinticinco pavos. Un timo, vaya, aunque en plena revisión política de los delitos, a lo mejor hay que denominarlo «incidencia en el proceso de facturación on-line con resultado de envío fallido». Un ejemplo de la indefensión real ante esa peste de la gestión virtual.