El diccionario define como «violencia» dos tipos de acciones, las realizadas (1) con ímpetu iracundo y/o fuerza física o moral extraordinaria, o (2) contra el modo natural de proceder, aunque ambas puedan coincidir.
Respecto a la primera acepción, nunca vi a un médico en su sano juicio actuar llevado por la ira, pero como cirujano ortopédico sí me tocó ejercer una fuerza física intensa a base de fresados, aserraduras y martillazos cuyo repiqueteo se oía hasta en la llamada sala del despertar, tarea eficazmente facilitada por el estruendo. Una violencia sin la cual no es posible enclavar el hueso largo fracturado o implantar la prótesis que necesita el paciente.
En cuanto a la segunda, actuar contra lo considerado «natural» o poner a alguien en una situación violenta («que moleste o enoje»), incluso la praxis médica más ajustada a la evidencia científica y conforme a la lex artis es un ejercicio continuado de «violencia». Pues nada tiene de natural y mucho de molesto que te paralicen de ombligo para debajo de un pinchazo en la espalda, te metan un tubo por la nariz hasta el estómago, o un cable por una vena del muslo hasta el corazón, o un dedo por el ojete (un «sesgo de género», ¿no?), que sustituyan tu cadera o rodilla por unos hierros, o tu riñón o corazón por el de un cadáver, o te inoculen virus medio muertos, conecten tus pulmones a una máquina, te sacudan a garrampazos o te extraigan el feto tirando de su cabeza con una ventosa o abriéndote la barriga. Pues lo «natural» es que cuando un organismo vivo enferma y sus órganos vitales dejan de funcionar, muera. Y la medicina es una lucha constante y necesariamente violenta contra la enfermedad y la muerte, librada cuando los beneficios superan con creces a los innegables inconvenientes. Y en estos tiempos, además, respetando las normas éticas y la legislación vigente sobre información, consentimiento y respeto a la autonomía del paciente.
Por eso sorprende que, a falta de mejores menesteres, el Parlamento riojano debata «corregir» la «violencia obstétrica», considerada variante de la de género, criminalizando a los profesionales (mujeres la mayoría) y abordando de manera necia y excluyente a través del estrecho canuto del feminismo mal entendido, una cuestión que afecta a todas las especialidades médicas y a todos los pacientes, pues también existe la «violencia» traumatológica, pediátrica, urológica, quirúrgica, exploratoria, oncológica o radiológica.
Hace muchos años llegó al paritorio del San Millán una pobre adolescente de parto, tan ignorante y asustada, que entre dolores y sollozos le preguntó a la matrona por dónde saldría el bebé, y ésta soltó: «¡Por donde entró, so guarra!». Si sus riojanas señorías se refieren a esto, llegan tarde.
Muy bien escrito Fernando. Hemos pasado de los aplausos a la patada. No pedimos los primeros pero nos parece injusto, desproporcionado, inadecuado lo segundo.
No sé cómo la ignorancia puede llevar a esas resoluciones. Por favor cuiden a sus profesionales que ellos cuidan de ustedes a pesar de todo.