Apretones

Ya conocen el significado metafórico de la frase «apretarse el cinturón»: reducir gastos cuando no llegan los ingresos. En estos tiempos de crisis económica galopante, me apresuro a utilizarla antes de que el Observatorio de Lenguaje Inadecuado, Dirección General de Corrección Política, Ministeria de Igualdad, Desgobierno de España, la incluya en el catálogo de expresiones prohibidas por sexista, ya que proviene de la necesidad de ajustarse el cinto cuando se comía poco —y no por seguir una dieta adelgazante— para que no se cayeran los pantalones que entonces sólo vestían los varones. 

En marzo de 2020, cuando estalló la pandemia, el litro de combustible costaba 1 euro, (hoy casi el doble), el megavatio eléctrico rondaba los 40 euros (hoy 250), el de gas no llegaba a los 0’05 (hoy el triple) y la inflación era del 0% (hoy el 8). Cuando con Rajoy la luz se puso a 60 euros la oposición (PSOE y Podemos) y los sindicatos lo denunciaron como «una grave violación de los derechos humanos» que condenaba a millones de españoles a la «pobreza energética». Ahora, con la luz alcanzando picos de 700 euros, quienes antes pisaban la calle y ahora la moqueta ministerial, o nadan en las tranquilas aguas de las subvenciones millonarias del gobierno, callan como muertos y muertas. El coronavirus primero y ahora la guerra en Ucrania tienen la culpa de todo, pero el gobierno que los amamanta, de nada.

Sin entrar en las causas de la desorbitada subida de los precios, más complejas que echarle la culpa al gobierno (aunque se lo merecen, pues ellos lo hacen siempre desde la oposición), lo cierto es que atravesamos una época de vacas flacas, o sea, de escasez de agua, encarecimiento de la energía y, en consecuencia, de los precios de todo. Y que ahora toca eso, apretarnos el cinturón, o sea, mejorar la gestión de la economía doméstica, priorizando los gastos, prescindiendo de lo superfluo, utilizando más el coche de San Fernando y no derrochando más comida, agua y electricidad. Deberíamos hacerlo siempre, pero solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena (o de la Santa Rusia cuando bombardea). 

No nos quejemos. Unos más que otros, de acuerdo, pero los privilegiados ciudadanos de los países ricos tenemos bastante margen de apretón (del cinturón, me refiero) porque acumulamos demasiada grasa en los epiplones del bienestar. No nos pese ganarle un par de agujeros a la hebilla, porque la Historia, esa vieja sabia de la que nunca aprendemos, no se cansa empero de enseñarnos que todas las crisis son oportunidades de cambio a mejor, y que en esta ocasión sucederá lo mismo. Siempre, claro, que el hijo de Pútina no se enajene del todo y termine pulsando el botón rojo, pues de ese apretón desencadenante del apocalipsis nuclear no nos recuperaremos.