Querer es deber

Fue el amigo Julio Armas quien me contó el chiste. Un tipo le pregunta a otro: oye, ¿a ti cómo te gustaría vivir?, y éste le responde: pues como vivo, ¡pero pudiendo! La chanza ilustra a la perfección una realidad, tan anómala como aceptada, que debiera preocuparnos a todos: la gran mayoría de las personas vivimos por encima de nuestros posibles. Antes que renunciar a nuestro deseo de poseer aquello que nuestro poder adquisitivo nos impide permitírnoslo, contraemos deudas que encarecen más su precio por los intereses del préstamo, pero cuyas cuotas mensuales mal que bien sí podemos pagar, y a vivir que son dos días.

Las cifras del endeudamiento del español son tremendas: el año pasado, en el sector público, el descubierto, o déficit, (diferencia entre gastos e ingresos) fue de 82.819 millones de euros, que suponen el 6,87% del PIB, y la deuda de las administraciones públicas 1,5 billones, récord del 125% del PIB en marzo pasado. Por su parte, la deuda privada supone el 150% del PIB, a repartir entre el 80% de las empresas y el 60% de los hogares. Todo esto significa que cada español debemos 30.000 euros por la deuda pública, que como sabemos no es de nadie, más los que sean del entrampamiento particular por la hipoteca de la vivienda, la financiación del coche u otros créditos menores que sí que se reflejan en nuestra cuenta corriente.

Es verdad que la deuda es una lacra mundial, estimada en unos 250 billones de euros, pero la española es la segunda tras Grecia que más ha crecido de todas desde el inicio de la pandemia. El resultado es que disfrutamos de un bienestar que no podríamos pagarnos si hubiese que hacerlo pudiendo. Los expertos recomiendan no endeudarse por encima del 35% de la renta familiar, pero la realidad es que solo las cuotas de la hipoteca y los plazos del coche superan en muchos casos ese porcentaje y las cosas empeorarán si continúan las subidas del Euribor, los tipos de interés y la inflación. 

Pero resulta que el endeudamiento privado a través del consumo es uno de los puntales que sostienen la economía, es decir, los salarios y los beneficios de las empresas que les permiten continuar e incluso crecer su actividad. Conclusión: vivimos inmersos en una doble espiral perversa, pública y privada, que no para de hinchar el globo de la deuda, que cuando explote nos vamos a enterar.

Volviendo al chiste, quizá habría que preguntarse: ¿de veras me gusta vivir como vivo? Reflexionar sobre ello puede marcar el inicio de la enmienda de un estilo de vida por encima de lo posible, económicamente ficticio y que, además, nunca satisface. A estas alturas de la biografía, creo que me hubiese gustado vivir pudiendo no deber ni un céntimo. Pero por querer lo que no podía, me la he pasado debiendo.