«Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas y al mozo de mulas, gentilhombre del camino». Aunque esta «desnuda verdad», proclamada hace cuatro siglos por don Francisco de Quevedo, muestra el profundo arraigo del eufemismo en España, hoy asistimos impotentes a un fenómeno sociolingüístico impulsado por la progresía radical que va más allá de dulcificar realidades duras o desagradables suavizando los términos que las definen, que eso es el eufemismo.
La conjunción de ese «gas venenoso invisible» llamado corrección política con el llamado sexismo lingüístico, ariete inclusivo de la llamada ideología de género, han generado un monstruo manipulador del lenguaje al servicio de la llamada ingeniería social al que, quizás —no lo he encontrado en Google— sea el primero en denominar posteufemismo. El término, que encajaría en la llamada posverdad de la posmodernidad, consiste en afirmar falsedades que personas desinformadas y predispuestas aceptan porque coinciden con sus impulsos emocionales. Es decir, la burda mentira de toda la vida. Gobernantes como Trump o Sánchez ya no son embusteros compulsivos sino artífices de la posverdad.
Hasta ahora el eufemismo se limitaba a nombrar individuo de color al negro, mayor al viejo, gay al maricón, persona de etnia gitana al gitano, desfavorecido al pobre, trabajadora sexual a la prostituta o discapacitado al disminuido, pretendiendo así eliminar realidades incómodas suprimiendo los vocablos que siempre las han distinguido. La posteufemística, en cambio, no se conforma con afear dichas palabras: las reprueba, prohíbe y condena, y si las utilizas te acusarán de propagar un «discurso de odio» precisamente los mayores odiadores, escrachadores e intolerantes de cuanto se oponga a su ideología postotalitaria. Así, por hipocresía te llamarán racista si llamas moro al moro, agresor sexual si dices que una tía buena lo está, homófobo si cuentas un chiste de mariquitas, fascista si exhibes la bandera de tu nación, capitalista si apoyas el liberalismo, franquista si defiendes la Transición, machista si incluyes a la madre en «mis padres», especista por considerar al hombre superior al simio y xenófobo si apruebas combatir la inmigración ilegal.
El genio de Quevedo aportó brillo al Oro de su Siglo. El posteufemismo nos sume en la oscuridad de una moderna Inquisición que manipula el lenguaje para modelar las ideas conforme a su doctrina. Es decir, al fanatismo ideológico, la necedad estúpida, la intolerancia al que piensa distinto, el empobrecimiento intelectual y, en definitiva, la represión de la libertad de expresión. Estos progres han acabado exhumando también la censura. O poscensura.