Una vergüenza

Ya vale de política, políticos, politiqueo, politiquillos y politicastras. Hace dos jueves apelaba a la educación como único medio de mejorar la sociedad y hoy les brindo un ejemplo de lo mucho que nos queda por recorrer en el arduo pero necesario sendero de respeto y civismo que conduce a la buena convivencia pública. Se trata de la pésima gestión que la ciudadanía, antes la gente, hacemos de nuestros residuos individuales más cotidianos cuando transitamos por la calle, el parque o el sendero.

Una de las reclamaciones más recurrentes de los señoritos españoles allí donde puedan exponerlas es la presunta escasez de papeleras donde desprenderse de su porquería particular. Los mejor educados aún esperan a encontrar alguna, pero los menos optan por tirarla directamente al suelo, alguien lo limpiará. Visiten cualquier lugar civilizado y a ver cuántas papeleras se encuentran. Eso sí, mi casa como los chorros del oro, pero la calle, como el dinero público, no es de nadie, y para eso están los servicios de limpieza municipales. Y cuando no dan abasto, porque ningún ayuntamiento puede colocar un empleado de limpieza detrás de cada guarro o guarra como si fuesen ángeles de la guarda, y hay más suciedad esparcida por aceras, jardines o cunetas de lo habitual, entonces es «una vergüenza», merecedora de llamada al Teléfono del Lector. Los culpables, por supuesto, son los ediles y la escasez de personal y no los arrojadores al suelo de papeles, cáscaras, bolsitas, colillas y, lo peor de todo, cacas y meadas caninas —y humanas— e insalubres gargajos y chicles adheridos al pavimento, varios por metro cuadrado, 700 diarios, 200.000 al año, cuya limpieza les cuesta 50.000 euros a los logroñeses. Y esto, la basura horizontal. De los pintarrajeos en superficies verticales por gamberros gráficos que se creerán Picasso, ni hablamos. 

Paseando por el Iregua encontré junto a una mesa con bancos varias bolsas repletas de restos de la merendola colgadas de una señal y un cartel reivindicando la instalación de un contenedor. Sí, hombre, señores marqueses, van a colocar uno solito para la basura de sus excelencias y ya bajará hasta allí un camión de la basura. Os la lleváis a casita en el coche que habéis aparcado a dos metros y hacéis con ella lo mismo que con la doméstica porque es igual de vuestra.   

Una de las reglas de oro del montañismo es llevarse en la mochila la pequeña basura que se genera: envases, mondaduras, envoltorios, latas, peladuras, restos de comida y demás desperdicios, sin dejar rastro de nuestra visita. Así lo hacemos quienes amamos los espacios naturales y procuramos preservarlos. Amemos también nuestras calles, plazas y parques y mantengámoslo tan limpio como nos gusta tener la casa, porque la ciudad es nuestro común hogar.