Cracias

La aristocracia nunca ha sido bien vista por quienes nunca han pertenecido ni pertenecerán a esa clase social elevada, elitista y privilegiada que integran los poseedores de títulos nobiliarios hereditarios. La plebe siempre ha considerado a los nobles pomposos parásitos trasnochados, aunque heredar alguno de uno de los tres mil marquesados, condados, ducados o grandezas de España pague impuesto de transmisiones como las fincas, los inmuebles o el dinero de los plebeyos. 

Etimológicamente, sin embargo, «aristocracia», del griego «aristos» (el mejor) y «kratos» (fuerza, poder) significa «el gobierno de los mejores», constituido por personas de calidad humana excelente, virtuosos, rectos e idóneos para el desempeño de su responsabilidad pública. Sería el sistema de gobierno ideal, superior a la democracia («gobierno del pueblo», pero ya sabemos que sin el pueblo), la acracia (nadie ejerce el poder), la burocracia (lo ejercen funcionarios), la teocracia (clérigos fanáticos en nombre de su Dios) y, desde luego, la partitocracia, dedocracia y mediocracia de las que sabemos bastante los españoles.

Ahora que, posiblemente, se avecina un cambio de gobierno de España, creo que más urgente que promover leyes que otorguen derechos humanos a los orangutanes, permitan a un chico declarase mujer o a una menor abortar sin conocimiento de los padres, que protejan a los ladrones de viviendas, distingan cualquier tipo de familia menos la de siempre o prohíban vender cotorras o actuar al Bombero Torero, vendría bien una Ley de Competencias Exigibles para ser Ministro-a de Algo en una meritocracia, que podría exigir un decálogo de requisitos parecido a este:

  1. 40 años cumplidos
  2. Un trabajo al que reincorporarse cuando cese su actividad política.
  3. Cociente intelectual mínimo de 125.
  4. Independencia política, ideológica e intelectual.
  5. Don de gentes y dominio de la expresión oral.
  6. Titulación o formación adecuadas al cargo.
  7. Experiencia relevante mínima de diez años de buena gestión reconocida en el sector.
  8. Superar un examen de Historia de España y otro de Ordenamiento Constitucional.
  9. Ser declarado psicológicamente idóneo tras una rigurosa evaluación independiente.
  10. Permanencia máxima de cuatro años en el puesto.

¿Tecnocracia? Puede, pero sería mejor que la reata de ministros y ministras que llevamos soportando en catorce legislaturas desde 1978 sin mejores méritos que el carné del partido y la fidelidad a quien los pone y los quita. La mejor gestión de una nación exigiría colocar al frente a los mejores posibles, y así la aristocracia recobraría su auténtico significado. Si todos los partidos aceptaran este protocolo de excelencia ministerial, difícilmente seguirían sentándose en torno a la mesa del Consejo personas sectarias que poco o nada supiesen de la cartera que les adjudique el jefe. Ejercicio este del poder que bien pudiera denominarse neciocracia (del latín ne-scius, «que no sabe»), un sistema de gobierno que en este país es un mal incurable desde que existen registros.