Dinastía

Nuestro primer Borbón, Felipe V el Animoso —nacido Philippe de Bourbon en Versalles— abdicó en su hijo Luis I el Breve (duró siete meses) y recuperó el trono veinte años más, aunque había otros infantes. El mayor, Fernando VI el Prudente, acabó tan perturbado que intentó acabar con los gitanos obligándolos a trabajar en minas y astilleros. Le sucedió su medio hermano Carlos III, El mejor alcalde de Madrid y mutante monógamo de la estirpe, quien creó la Lotería Nacional y expulsó a los jesuitas. Su hijo, Carlos IV el Cazador, se casó con una prima tan carnal que la preñó 24 veces, aunque sólo siete príncipes llegaron a adultos. Cuando cayó Godoy, amante de la reina, abdicó en Fernando VII, pero Napoleón los llamó al orden en Bayona y le devolvió la corona al padre sin que su hijo supiera que había pactado con el Emperador entregársela a su hermano José I Bonaparte, Pepe Botella. Tras la francesada y muerto Carlos IV en el exilio, Fernando el Deseado antes de reinar y El rey felón después, se casó cuatro veces, dos con sobrinas carnales. Puede que las tres primeras no sobrevivieran a sus desesperados embates por procrear en perjuicio del hermano pretendiente Carlos (padecía macrosomía genital o pene tan king size que lo hacía a través de un cojín perforado), pero a la cuarta fue la parida y la reina niña Isabel II desencadenó una interminable guerra fratricida. La regente María Cristina quedó tan desconsolada tras la muerte de su esposo que a los tres meses se casó por lo morganático con otro Fernando, Muñoz Sánchez, guardia de corps que le dio ocho hijos y cuyos negocios e intrigas los echaron de España. La inmadura Isabel, obligada a casarse con su melifluo primo hermano Francisco de Asís, Paquita Natillas, lució más amantes que joyas; el capitán Puig Moltó pudo ser el padre del infante Alfonso, quien compartió su expulsión tras el éxito de la Gloriosa. Cuando el hastioso problema dinástico (que no monárquico) parecía solucionado y fracasados los experimentos de la I República y la entronización de un Saboya, el hijo de la De los Tristes Destinos y de quien fuera fue proclamado Alfonso XII el Pacificador ocupó el trono. Casado con su prima Mª Mercedes, al «dónde vas, triste de ti» cuando ella murió pudo haber contestado: «a Ríofrío con Elena Sanz», la contralto que le dio dos vástagos. Su hijo legítimo, Alfonso XIII el Africano, engendró otros cinco bastardos antes de ser expatriado por la II República. Y a su nieto Juan Carlos I El del Taller, sus turbios negocios y su entrañable favorita le obligaron a abdicar. Su hijo y actual monarca, Felipe VI, quizá sea la última oportunidad para la continuidad de tan nefasta dinastía, ya que, por ahora, su comportamiento está siendo ejemplar. 

Pues que no se tuerza, porque «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones y asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales», y no conozco a ningún político actual capaz de desempeñar este rol. Imaginar a un politicastro como Pedro Sánchez, pongo por caso, presidiendo la República Española, incita a proclamar ¡Viva el Rey!, porque una dinastía caracterizada por el sectarismo partidista, el odio al adversario y el gobierno con los tuyos solo para los que te voten se me antoja peor que otra marcada por la torpeza, el borboneo, el exilio y el furor uterino o la pichabravía, pero sin broncas partidistas para elegirlo y de una independencia política intachable. Que no es poco.