Fases

En cierto relato mío aseguraba que «en la trayectoria vital de un ser humano podemos distinguir claramente tres etapas. En la primera de ellas (infancia, adolescencia y juventud) no se piensa en otra cosa que obtener diversión y placer, mayormente sexual. En la segunda (la fase de adulto), dinero y poder, que son la misma cosa. En la tercera (la vejez), por fin, las personas tan sólo ambicionan ir bien de vientre». Gozar, poseer, obrar: he ahí, cruda y cronológicamente resumidos, los tres estadios de la vida humana. Cuando lo escribí me encontraba en plena transición de la primera a la segunda etapa; otros treinta y cinco años después, sigo teorizando con las tres fases en la existencia, pero desde otro punto de vista.

En la primera, pongamos hasta los cincuenta, solemos estar bien de cuerpo y de cabeza. En la segunda, que puede durar hasta treinta años más, podemos conservar el conocimiento, pero el cuerpo empieza a fallar desde cualquiera de sus innumerables posibilidades de hacerlo, debido al inevitable proceso degenerativo que altera el funcionamiento de vísceras, órganos y sistemas. Y en la tercera fase al deterioro físico suele añadirse el mental y la consecuencia más desagradable de la claudicación de la voluntad para el afectado y los suyos es la relajación descontrolada de los músculos anulares que cierran el paso a la salida de los residuos líquidos y más o menos sólidos que genera nuestro organismo. Bien de cuerpo y cabeza, bien solo de cabeza y mal de ambos, he ahí los tres estadios de la vida humana.

El implacable Sistema que rige la sociedad lo sabe y se aprovecha de los mejores decenios de nuestra vida, los de plenitud física y mental, para exprimirnos poniéndonos a producir hasta mediados de la segunda etapa, cuando la salud comienza a hacer aguas por algún lado. Al dejar de serle útiles, el Sistema nos convierte en «clases pasivas», en  hiperconsumidores de atención sanitaria, en una ruinosa carga presupuestaria, un peligro para la sostenibilidad del Estado del bienestar, una cantera de votos comprados con la subida del 8’5% y una caterva de insolidarios parásitos sociales que cobran sin trabajar y sobreviven a costa de los que lo hacen, algunos, intolerablemente, cobrando incluso más que estos, como si los pensionistas tuviesen la culpa de las pésimas políticas económica y demográfica de los gobiernos.

Menos mal que la ministra Montero la Añeja ha aclarado que la pensión de los abuelos son el sobresueldo oficioso que les permite a sus hijos llegar a fin de mes. Visto así, los ciudadanos en su primera fase serán más comprensivos con quienes transitamos por las últimas dando gracias a la vida por cada nuevo día conservando la cabeza lúcida, competentes los esfínteres y ágiles las piernas. Que no es poco.