Nuestro esqueleto, apreciados lectores, consta de unas 206 piezas, llamadas huesos. Los hay largos (húmero, tibia), cortos (semilunar, falange), planos (escápula, occipital) e irregulares (vértebras). Pero no pretendo darles una lección de anatomía, sino mostrar cómo, desde el punto de vista gramatical, algunos nombres de huesos son masculinos (el semilunar, el calcáneo) y otros femeninos (la clavícula, la rótula). Ahora, ¿pueden imaginar a un profesor diciendo «los huesos y las huesas»? ¿O los árboles (pino, abedul) y las árbolas (morera, encina)? ¿Los minerales (cuarzo, azufre) y las mineralas (magnetita, azurita)? ¿Los picos (Aneto, San Lorenzo) y las picas (Veleta, Peña Vieja)?
Los defensores del llamado «lenguaje inclusivo» replicarán que «no es lo mismo» (ni la misma, supongo), porque tales desdoblamientos no otorgan un trato desigual por razón de sexo como sí, según ellos, «nosotros, los riojanos» en lugar de ese horror lingüístico de «nosotros y nosotras, los riojanos y las riojanas». Confundir género gramatical con sexual, además de evidenciar tanta incultura como radicalismo ideológico, acaba conduciendo a excesos como el de la Constitución de Venezuela:
«Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República… » y así hasta la náusea (vayamos preparándonos).
Sus denunciantes consideran el «lenguaje sexista» discriminatorio, pero discriminar significa «seleccionar excluyendo», así que no entiendo que incluir a ambos sexos en un único término (Hombre. Del lat. homo, -inis: 1. m. Ser animado racional, sea varón o mujer), como define la Academia de la Lengua Española y, sobre todo, «en qual suele el pueblo fablar a su vecino» desde hace siglos, se considere justamente lo contrario a inclusivo, cuando «incluir» significa «contener una cosa a otra o llevarla implícita».
En fin, apreciados lectores, que este columnista jamás de los jamases añadirá «y apreciadas lectoras», y si algún día esto será punible por la presión de los inquisidores del lenguaje, dejaré de escribir. Ya saben que «lectores» incluye «lectoras» sin que suponga discriminación sexista sino simplemente, uso lingüísticamente correcto de uno de los idiomas más importantes del mundo, que seguirá siéndolo a pesar de los esfuerzos de una banda de indocumentados por destrozarla y de tanto pusilánime acomplejado sometiéndose a su estupidez.