El Orden

He intentado averiguar qué es eso del «orden mundial», pero tras perder bastante tiempo metiéndome unos rollos de mucho cuidado, quiero decir, leyendo con sumo interés densos análisis de presuntos politólogos expertos en geoestrategia planetaria, no consigo entenderlo.  

No me entra, por ejemplo, que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, «encargado de mantener la paz y seguridad en el mundo», lo integren diez países de segunda rotatorios y cinco de primera, fijos y con derecho a veto: Estados Unidos, China, Rusia, Francia y el Reino Unido (no están los que, además del anfitrión, más pasta aportan al tinglado, como Japón y Alemania, ni la mayor democracia del mundo, India), y que uno de los cinco magníficos, Rusia, sea el responsable impune de la agresión bélica a un Estado soberano, miembro de la ONU, y de la mayor amenaza a la paz mundial con las baladronadas nucleares de un autócrata criminal. El que un país transgresor de la paz mundial pueda vetar, no ya su expulsión del organismo creado para preservarla, sino una simple resolución condenatoria, con la aquiescencia del resto de su selecto club atómico, es un escándalo planetario. Al cual, no obstante, y como sucede con otras calamidades globales crónicas, como el hambre, la pobreza, la explotación, la mortalidad infantil y las guerras no libradas en el patio trasero de Europa, acabamos acostumbrándonos con indiferencia entre sorbo de cerveza y aceitunita. Entonces, ¿el llamado «orden mundial» es en realidad un estercolero mundial que los terrícolas más afortunados aceptaremos mientras la mierda no nos salpique o no nos alcance su hedor?

Como me resisto a aceptarlo, he recurrido al diccionario para saber de qué estamos hablando, y esta es su simple pero sabia respuesta: «orden» es la «colocación de las cosas en el lugar que les corresponde», y entonces me doy cuenta de que el asunto no es tan sencillo. Vladímir Putin, por ejemplo, cree que el lugar que les corresponde, no solo a Ucrania sino a las demás antiguas repúblicas ex soviéticas, es la Federación Rusa, y cuando a uno le quitan lo que cree suyo suele ponerse nervioso y mostrarse dispuesto a todo para recuperarlo. Así que, la desintegración de la Unión Soviética en 1991 pareció el fin de la guerra fría y el comienzo de un nuevo orden mundial, pero treinta años después el antiguo propietario de aquellos países satélites que giraban en torno al sol comunista pretende devolverlas a sangre y fuego al lugar que según él les corresponde, sin que el organismo encargado de velar por la paz mundial pueda sancionarlo, porque forma parte de su núcleo duro. Y a tragar, que tienen gas, trigo y bombas atómicas. Tal es el orden del sempiterno imperialismo autocrático zarista-soviético-putínico, o sea ruso ¿Entendido?