El profesor de Psicología de la Universidad de Harvard Daniel T. Gilbert es conocido por sus estudios sobre la predicción afectiva y por su exitoso libro Stumbling on Happiness («Tropezar con la felicidad», en su edición castellana), una obra entre el ensayo científico y el manual de autoayuda de recomendable lectura. La «predicción afectiva» es algo así como la capacidad para pronosticar cómo reaccionaremos emocionalmente ante posibles situaciones o acontecimientos en el futuro. Por ejemplo: ¿cómo cree que cambiaría su vida si le tocasen 100 millones de euros en la lotería?
La emoción inmediata al instante de conocer el premio es fácilmente predecible: no se sabe de nadie que se haya acongojado hasta la idea de suicidio nada más saber que se ha convertido en multimillonario. Al contrario, un agraciado por el gordo de Navidad es un individuo inconteniblemente dichoso que acaba de comprobar en sus propias carnes enternecidas por la emoción qué es eso de la felicidad. Al minuto siguiente habrá cancelado mentalmente todas sus deudas, y en el posterior ya tendrá la lista de cosas que piensa hacer con tanto dinero llovido del Olimpo desde el que la diosa Fortuna le está guiñando un ojo: casoplón con piscina, cochazo de alta gama, circunvalar el planeta a base de vuelos en primera, cruceros de lujo y resorts de cinco estrellas todo incluido, etc.
Sin embargo…
Un estudio realizado por Gilbert evidenció que, tres meses después de ganar una elevada suma de dinero en algún juego de azar, los nuevos ricos se sentían exactamente igual de felices o desgraciados que antes. Entonces, ¿va a ser cierto que con el dinero no se compra la felicidad? Pues, al parecer, sí, lo ha demostrado otro estudio realizado, igualmente en Harvard, por el psicólogo Marc Schulz. Durante 80 años estudiaron a tres generaciones de individuos para conocer las claves de su satisfacción o insatisfacción en la vida. La conclusión fue que, más allá de cubrir las necesidades básicas (comida, ropa, vivienda, educación, atención sanitaria, etc.), el dinero per se no genera felicidad. Otro estudio ha establecido el listón de 70.000 euros de ingresos anuales a partir de los cuales el bienestar deja de aumentar. En cambio, numerosos trabajos sociológicos muestran que las personas más felices son las que disfrutan de mejores relaciones sociales y afectivas, sobre todo si hacen algo para ayudar a los demás.
Sin embargo…
Antes de la pandemia (2019) los españoles gastamos más de 10.000 millones de euros en juegos de azar entre lotería nacional, primitivas, bonolotos, euromillones, quinielas y demás ejercicios de ludopatía organizados por el Ministerio de Hacienda, que es quien se lleva siempre la mayor tajada (entre el 30% y el 50%) sin comprar un boleto. No obstante, las posibilidades de ganar los premios gordos de Navidad y el Niño son de una entre 100.000; los de Primitiva y Bonoloto, una entre 13.983.816; el Gordo de la Primitiva, una entre 31.625.100; la Quiniela, una entre 14.348.907; el Quinigol, una entre 16.772.216 y Euromillones, una entre ¡139.838.160! Es decir, la inmensa mayoría de los jugadores nunca ganarán un gran premio de azar aunque lo intenten cada semana de su vida, pero con su dinero perdido están financiando las fortunas que sí les tocarán a unos pocos que, tres meses después de descorchar el cava, serán tan dichosos o desdichados como antes, porque la felicidad depende de otras emociones que el dinero no puede modificar. Según los estudios mencionados, si en lugar de darles a estos (y a Hacienda) su dinero lo hubiesen donado a organizaciones de ayuda humanitaria, socorrerían a muchos necesitados y se sentirían más felices por ayudar al prójimo, ya que esta sensación no caduca al trimestre.
Sin embargo…
Mucha gente prefiere alimentar cada Navidad, cada semana e incluso cada día la ilusión de hacerse ricos de golpe, cuando la ilusión solo es un «concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos». Uno de los juegos de azar más populares lo resalta en su eslogan: «La ilusión de todos los días». Y es que, junto con el pan, cada mañana muchos ilusos hacen cola para comprar su ración diaria de ilusión. El dinero que cuesta el décimo, cupón o boleto es su precio.