«Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo, y dondequiera que se apodera de él, lo derriba y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido». Así describe el escritor del evangelio de San Marcos una crisis epiléptica. Jesús ordenó al demonio salir del chico, lo que hizo «dando gritos y agitándole con violencia» y, finalizado el exorcismo, aclaró a la atónita concurrencia: «Esta clase de demonios con nada puede ser arrojada sino con la oración y el ayuno».
La epilepsia (el morbus sacer, enfermedad sagrada) era una de las enfermedades cuyo origen se creía sobrenatural, por castigo divino o posesión diabólica. Pero es una neuropatía caracterizada por descargas eléctricas descontroladas en la corteza cerebral, causadas por alteración genética o lesión estructural (tumor, traumatismo, ictus, malformación) aunque no siempre se detecta una causa, en todo caso ni divina ni satánica. Algún día también hallaremos explicaciones fisiopatológicas a las peores acciones humanas, que hoy englobamos bajo el ya laico, pero todavía esotérico término de «el Mal». Atrocidades como brutales asesinatos, crueles matanzas, torturas sádicas y agresiones sexuales no se considerarán horribles delitos sino consecuencia de anomalías cromosómicas, alteraciones bioquímicas o infecciones virales que podrían inducir a enfermos aún no diagnosticados a cometer crímenes tan execrables como depredar a un niño de nueve años para violarlo y asesinarlo.
Hasta entonces, no se debe excarcelar a un asesino y agresor sexual reincidente antes de cumplir su condena, pues al menos durante ese tiempo la sociedad estará a salvo de él. Si a Francisco Javier Almeida no se le hubiese concedido la libertad condicional tres años antes (a pesar de haber reconocido ser «un peligro para mí mismo y para terceros» y tener «un instinto que no puedo dominar»), Álex seguiría vivo en el seno de una familia ya destrozada para siempre. Si tienen conciencia, espero que quienes decidieron liberarlo tampoco puedan dormir tranquilos ni una noche el resto de sus vidas. Este trágico suceso evitable, cuya responsabilidad extiendo al sistema penitenciario, debería servir para evitar catastróficos errores similares en el futuro.
Hoy podremos desahogar nuestra rabia llamando a Almeida pederasta sádico, desalmado asesino, hijoputa, monstruo y demonio, pero quizá esté enfermo de un mal de origen desconocido, pero extremadamente peligroso, así que mientras la patología que deprava su conduta carezca de remedio, esta clase de demonios solo puede ser arrojada al aislamiento de una prisión permanente. Pero a este lo soltaron y lo han pagado el pobre Álex y su desventurada familia, a quienes en estos duros momentos envío mi más sincera y emotiva condolencia.