No les entremos al trapo. No caigamos en trampas como juzgar que se ofrezca a una embarazada ver y escuchar al ser humano en fase embrionaria que crece en su seno como treta disuasoria para que no aborte. Ni participemos en la ingenua discusión de si obligar o no a los médicos: aún no ha nacido quien pueda forzarlos a hacer algo que no quieran. Mejor dicho, a las médicas: la mayoría de los especialistas en Ginecología y Obstetricia y el 80% de sus MIR son mujeres, lo que desmonta la histérica (del griego hystéra, útero) acusación de «violencia machista obstétrica» lanzada por la ministra Montero la Joven.
Tampoco hagan caso a las insidiosas arengas que califican esta iniciativa política como un atentado contra los derechos de las mujeres, porque es mentira. Ninguna mujer o varón mayor de edad tenemos derecho a que no se nos proponga algo que no sea delictivo y que podamos rechazar. Y si les gusta flagelarse viendo o escuchando noticiarios tampoco piensen que este asunto es tan importante como para abrir con él y dedicarle la mitad del tiempo. Están pasando cosas mucho más graves y preocupantes que no necesito recordarles.
Ocurre que 2023 será una interminable e insoportable campaña electoral en dos fases, locorregional en mayo y nacional en diciembre. Que los partidos ya están muy nerviosos y más pendientes de las encuestas que de los problemas de la gente. Que muchos gobernantes se juegan el sueldazo y los privilegios de su casta. Que a Vox le van mal los sondeos y necesita «visibilizarse» montando numeritos como éste para incomodar a su directo competidor, el PP, que pretende huir de ellos como de la peste pero los va a necesitar si quiere gobernar, para regocijo de sus auténticos adversarios, el PSOE a la cabeza del Frankenstein, que ven carnaza de propaganda y cortina de humo para ocultar sus vergüenzas y, sobre todo, las de sus socios de Podemos, de los que están hasta el fistro diodenal pero que son como la tenia o solitaria, ese gusano parásito gigante y hermafrodita que se te clava en el intestino para alimentarse, crecer y multiplicarse y no lo echas ni a lavativazos de agua jabonosa; no se sabe de ninguna que haya dimitido nunca.
Creo que quien piensa votar este año ya sabe a quién, incluidos esos «indecisos» que no quieren revelarlo. La suerte electoral ya está echada y quienes luchan a cara de perro por el poder deberían dejar de aburrirnos con sus soflamas mitineras, sus bulos indecentes, sus broncas y odios, sus escandalitos, sus polemiquitas y sus tormentas propagandísticas en vasos de agua y de tomarnos por imbéciles capaces de cambiar el voto por un tuit o una frasecita ante las cámaras. No dejemos que estos diestros o siniestros nos toreen con ese trapo que los taurómacos llaman, justamente, el engaño.