Discerebrados

En castellano, el prefijo dis- indica diferencia o distinción, es decir, la cualidad por la que una cosa no se parece a otra. Pero en la era de la corrección sociopolítica, este prefijo se utiliza como eufemismo suavizador de una realidad que, por su crudeza, conviene maquillar. Así, a la persona con un nivel de inteligencia inferior al considerado normal, antes se le decía subnormal con exactitud etimológica, y hoy discapacitado psíquico; la mengua intelectual sigue siendo la misma, pero la nueva etiqueta resulta más compasiva y menos dura que llamar gordo al gordo, pobre al pobre o fea a la fea.

El prefijo des-, por su parte, indica negación (desconfiado), exceso (deslenguado) o, a lo que voy, privación, como, por ejemplo, descerebrado. Sin embargo, un descerebrado (RAE: «de muy escasa inteligencia») no es alguien sin cerebro, sino el usufructuario de uno defectuoso o deteriorado, o sea, en estos tiempos tan comprensivos, «distinto». Por tanto, preferiría el término «discerebrado» para calificar a ese individuo incívico que se comporta al margen de las reglas básicas de la convivencia, del que pueden distinguirse tres categorías.

Un descerebrado premium o de peligrosidad máxima, sería, por ejemplo, el terrorista que se «inmola» detonando el cinturón de explosivos que provoca una masacre de inocentes, o el borracho y sin carné que circula en dirección contraria o el que arrolla a unos ciclistas adrede.  

En un nivel intermedio de discerebring (en inglés el término tendrá más posibilidades de triunfar) se situarían tipos como los negacionistas de las vacunas como medio eficaz para prevenir graves enfermedades o los terraplanistas emperrados en que nuestro planeta es un disco y no una esfera, que los hay.

Sin embargo, los descerebrados más corrientes y frecuentes, esos imbéciles low cost que hemos de soportar a diario, son de bajo nivel, a saber: el rayador compulsivo de ascensores nuevecitos, el pintarrajeador de fachadas, paneles o monumentos, el volcador de contenedores, el destructor de bancos y vallas del parque, el vaciador de extintores en garajes, el rompedor en serie de retrovisores, el arrancador de señales de tráfico y demás especímenes en fase juvenil de homo stupidus que devastan lo que pillan sin obtener a cambio ningún beneficio, pero causando destrozos que los ciudadanos con un cerebro menos diferente que el suyo hemos de subsanar con nuestros impuestos.

Los expertos justifican tales conductas como consecuencia de cosas como la desestructuración familiar, el fracaso escolar, el desempleo, la marginación socioeconómica o el consumo de drogas. No se lo discuto, pero el discerebrado es además, si no ante todo, un cabrito. Que es la cría del cabrón desde que nace hasta que deja de mamar.