El Bisturí

Título: El Bisturí
Publicado por: Editorial Buscarini
Fecha de publicación: 2008
Páginas: 216
ISBN: 978-84-935995-3-9

A finales de 2004 la dirección del Diario la Rioja me propuso incorporarme como columnista de opinión. Desde aquel día, y hasta hoy (8/01/2022), jueves tras jueves, el periódico ha publicado 867 columnas en una sección que elegí llamar El bisturí evocando mi doble condición de cirujano y escritor con vocación de ejercer una crítica incisiva del mundo que me ha tocado vivir.

En 2008 Editorial Buscarini inició su colección Temas personales publicando una selección de 99 columnas entre las aparecidas hasta entonces, en un libro igualmente titulado El bisturí.

 

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El estado del personal

 

En la vivienda de los Mengano (cuatro huecos, noventa metros, cuarenta quilos a treinta años) se ha celebrado un debate sobre el estado de su unidad familiar. El pleno, presidido por un televisor que nadie atendía, tuvo lugar en torno a una caparronada coronada con berza para redondear los escapes de gas. Abrió la sesión el padre informando de la subida de la hipoteca en cien euros mensuales que de algún sitio tenían que salir. Su mujer replicó enérgicamente que no podía estirar más su presupuesto para la casa, que estaba todo carísimo, que estaba harta de ser la chacha de todos y que tenía las cervicales destrozadas. El presidente amenazó entonces con requisarle el móvil al hijo, el cual protestó recordando la congelación de su paga y los agujeros de sus deportivas mientras que su hermana no paraba de comprarse trapitos. La muchacha saltó jurando que intercambiaba ropa con amigas y contraatacó preguntando a su hermano de dónde sacaba él la pasta para el botellón. “Me lo presta ese macarra pastillero que tienes de novio”, respondió el primogénito, y la chica le preguntó cómo podía ser tan imbécil y tan borde. Rojo de ira, el papá de las criaturas fue a dar un puñetazo en la mesa pero se le cruzó la huesuda mano del abuelo que volvía de pillar el tarro de las guindillas, el cual con el manotazo fue a parar al puchero provocando una metralla de caparrones que salpicó hasta la Última Cena colgada del gotelé norte. Lo peor fue para la abuela, que recibió un impacto de tocino en la catarata recién operada tras seis meses de espera y corrió despavorida a meter el ojo debajo del grifo, asistida por su hija, entre insultos y jaculatorias. Los chicos trataron de aguantarse pero acabaron estallando en una misma carcajada que mereció la reprobación del abuelo (“ya no hay autoridad ni educación ni nada”) mientras, cazo en ristre, aprovechaba para repetir cocido. Ya en el turno del pollo frito la suegra aseguró que si no fuera por su miseria de pensión allí iban a comer ellos y el yerno, impasible, fue quitándoles los cien euros sucesivamente al digital plus, al todo riesgo, al gas, al cine, a Salou, a la luz y a los fascículos de avionetas, hasta que la mujer le sugirió que los sacara de su asqueroso tabaco y de paso le recordó que la zona de fumadores era el váter. Mascullando “trabaja como un cabrón para esto” el cabeza de familia acabó largándose de un portazo al bar mientras en la tele que nadie miraba los depositarios de la soberanía de los Mengano discutían sobre opas, tropas, treguas, cayucos, mejillones cebra y demás graves males que aquejan a la célula de la sociedad.