Avestruces

Cada vez hay más personas que no desean leer, ver o escuchar noticias. Es un fenómeno global, pero España lidera clon autoridad la clasificación. Según el prestigioso informe anual sobre la industria periodística Digital New Reports, que el Instituto Reuters y la Universidad de Oxford publican anualmente, el porcentaje de españoles interesados en conocer y seguir la actualidad se ha reducido del 83% al 53% en los últimos siete años, una vertiginosa caída de 30 puntos sin parangón en el mundo consumidor de noticias.

Los principales motivos que explicarían este galopante desinterés de la gente por las noticias son: la desconfianza en la independencia de los medios, públicos y privados, por su apoyo o rechazo a determinados partidos políticos y/o a los gobiernos que sustentan, con especial incidencia en España; el hartazgo por la cargante sobreoferta de noticias, más en soporte digital, y el desánimo que producen las malas noticias. En resumen: noticias abundantes, sesgadas y negativas.

A propósito de la tercera causa mencionada, ciñéndome a lo más cercano, la edición de DIARIO LA RIOJA del día en el que esto escribo (el jueves pasado) ofrecía informaciones destacadas sobre los siguientes hechos: el abuso sexual de un entrenador a ocho jóvenes futbolistas; la detención de un logroñés por agresión sexual a dos adolescentes; el brutal asesinato de un restaurador de Cuzcurrita; el intento de fuga de presos de la cárcel de Logroño; el liderazgo de La Rioja en robos cometidos en el campo; el pésimo primer trimestre en ventas de vino; la pérdida de su carga de cerveza de un camión cerca de Haro; un gaticidio en serie perpetrado en Lardero; el robo de las dos campanas de la ermita de Santa Fe de Palazuelos; el atasco de otro trailer, esta vez en Villarejo; más ovejas matadas por el lobo en las Viniegras y, por si fuera poco, la UDL llevaba más de medio año sin triunfos fuera de casa y Alcaraz tuvo que sudar tinta para ganarle al otro. En cuanto a las pésimas noticias cronificadas, continúan en cartel la criminal invasión putinesca de Ucrania, la imparable subida del Euribor, la estomagante bronca política, la pertinaz sequía y otras desgracias, naturales o artificiales.

Ciertamente las malas nuevas dan grima, pero ignorar al mensajero no elimina la realidad que las origina, y ante el complejo mundo que nos rodea, la táctica del avestruz no parece la mejor estrategia para intentar comprenderlo. Renunciar a recibir noticias porque muchas sean malas es una opción respetable y quizá saludable para la mente, pero sin información no hay opinión ni consciencia de los males que afectan a nuestra sociedad, que es el primer paso para intentar remediarlos. Ignorarlos, es, en mi opinión, otra forma de negacionismo de la realidad.