El idioma español (dejemos lo de «castellano» para las mezquinas disputas regionalistas fronteras adentro) es el segundo nativo (no aprendido como segunda lengua) más hablado en el mundo (460 millones), después del chino (918) y por delante del inglés (379), aunque este último el que más terrícolas utilizan, por delante del chino, el hindi y, casi compartiendo podio con este, el español. Aunque el diccionario del english posee muchos más vocablos, los 100.000 recogidos en nuestro diccionario son suficientes para expresar lo que haga falta. Sin embargo, la imparable colonización de términos ingleses, sobre todo entre los jóvenes, amenaza con reducir la lengua de Cervantes, Galdós y Marías a un armazón de preposiciones y adverbios con los que articular cada vez más anglicismos.
La cosa ya empezó a torcerse cuando se aceptaron cosas como «stop» por pare, «test» por prueba, «football/fútbol» por balompié (como baloncesto o balonmano) o «cocktail» por combinado, «forfait» por abono u «overbooking» por sobreocupación. Pero qué era aquello comparado con la avalancha actual de anglicismos: cash, break, freelance, black friday, influencer, post, trending topic, hashtag, mister, feedback, crowfunding, newsletter, online, fake, like, stock, coach, startup, mainstream, manspreading, target, bullying, grooming, phishing… Como si no existieran en cristiano los términos efectivo, pausa, depósito, boletín, falso, artículo, entrenador, en línea, objetivo, acoso o despatarre. Uno de los gérmenes infectivos idiomáticos de moda es «coworking» o espacio común de trabajo, cuyas ventajas son la flexibilidad y un menor coste, lo cual en estos tiempos de estrecheces podría fomentar otras comparticiones, como el coburning (incinerar varios cadáveres en la misma hornada) y columbaring (compartir varias urnas el mismo nicho), el covoting (reducir los 350 diputados a tantos como grupos y que vote uno de cada por todos), el cojaming (meter todos la cuchara en el puchero), o el coporsaquing (jorobar a mucha gente subiendo precios o tipos de interés).
La última bofetada al español, propinada en pleno Centro de Inteligencia de la Nueva Economía de la Lengua (que, según Sánchez, convertirá el del Cárdenas en «el Silicon Valley» del español, así, en inglés, con un par) es la expresión inglesa, mezcla de conminación y cursilería, kiss and go, «besa y vete», que es la doble fila de siempre ante el colegio, pero con el asfalto pintarrajeado. Me recuerda a aquella expresión sobre Albacete que resume a la perfección en qué consiste el management de muchos gobernantes durante su empowerment, es decir, la gestión durante su ejercicio del poder: shit and go. O sea, cágala y vete.