Mentiras

«Todo es mentira. La televisión es mentira… la publicidad es mentira… la política es mentira… Mentira cochina el mercado, los negocios, la información, la iglesia, el arte, las emociones, los sentimientos, las relaciones humanas, la vida… Vivimos revolcados en la mentira». 

Esto declamaba aquel magnífico actor de sus propias creaciones teatrales llamado Jesús Quintero, que descanse en la paz de la única verdad que existe, la muerte. Pero en aquella memorable soflama, «el loco de la colina» se quedó muy corto, porque en «todo» caben muchas más cosas, algunas tan gordas como la ley y los llamados derechos humanos. 

Con respecto a la primera, baste el ejemplo de la Ley General de Sanidad. Nunca me cansaré de denunciar que prohíbe la elaboración, distribución, venta y consumo de sustancias nocivas para la salud… excepto las permitidas por la ley, o sea el tabaco, cuyo consumo reporta al Estado 8.000 millones de euros, que es la mitad del coste sociosanitario que ocasionan los devastadores efectos de fumar, y que pagan con sus impuestos los que fuman y los que no. 

En cuanto a lo segundo, pienso en la gran mentira de la libertad de expresión, que es el derecho a decir o escribir lo que se piensa «sin temor a represalias, censura o sanción posterior». En este caso, la letra pequeña de la bonita publicidad institucional engañosa es la misma, pero al revés: siempre que no vulnere la ley. O sea, siempre que tus opiniones no disgusten a los sectarios de turno con poder para prohibirlas por ser contrarias a las suyas. Un ejemplo: el Código Penal castiga el delito de injuria como «la acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación». Sin embargo, una iniciativa legislativa de EH Bildu y ERC apoyada por PSOE y Podemos, lleva camino de despenalizar las injurias a la Corona y los ultrajes a los símbolos de la nación española. Así que llamar putas ninfómanas a la reina y sus infantas o danzar el aurresku sobre la bandera de España no es que no sean una injuria o un agravio, sino que legalmente dejarán de ser delito. Es como el tabaco: nadie discute que sea malísimo para la salud y carísimo para la sanidad, pero es una droga nociva perfectamente legal. O como la libertad de expresión: tú opina lo que se te ocurra, pero ojito con lo que dices, o sea con tus ideas, porque si te metes con las mías significa que odias y como somos nosotros quienes legislamos lo que nos sale del chichinabo ya nos hemos encargado de que el odio sea un delito por el que te podemos emplumar.

Sí, todo es mentira, Quintero, menos que algún día abandonaremos el plató de nuestra vida por la misma puerta.