Dos seres sin derechos

Agárrense: en España hay 100.000 normas legales en vigor, el 67% autonómicas. Leen bien: cien mil. Cada nueva ley, reglamento u ordenanza es otro coto a la libertad individual e imagino a los legisladores preguntándose mientras se desperezan: a ver qué regulamos, prohibimos o penalizamos hoy, hombre. Si legislar es practicar la erótica del poder, prohibir debe de ser el acto, y sancionar, el gustirrinín. 

Sin embargo, los destinatarios del penúltimo despropósito legislativo no son los ciudadanos sino sus mascotas: la llamada «Ley de Protección y Derechos de los animales», o sea perros, gatos y hurones domésticos, pues de los otros bichos no dice nada (y el toro bravo queda expresamente excluido). El disparate asoma ya en el título (los animales poseen derechos humanos) y en la definición del objetivo: garantizar el bienestar físico y mental de los animales en tanto que seres «sintientes» (salvo el toro, claro), palabra inexistente en castellano (sensibles, querrán decir).   

Por espacio me centraré en la «tenencia responsable» o «conjunto de obligaciones y compromisos que debe asumir el responsable de un animal para asegurar su bienestar, dignidad y armonía con el entorno en el que se encuentra y garantizar sus derechos», con fuertes sanciones si lo maltrata o abandona. Para tener perro será obligatorio realizar un curso de formación «acreditado» y los infractores figurarán en un Registro Nacional de Inhabilitación para obtenerlo. 

Naturalmente, desapruebo el maltrato animal (toro incluido), pero también que un ser humano en fase embrionaria, cuyo desarrollo sostenible alumbrará una mujer o un varón, carezca de derechos; que matarlo (sonará duro, pero eso es quitarle la vida a un ser vivo) no solo sea legal sino promovido y financiado por el mismo Estado que te multará hasta con 600.000 euros («infracción muy grave», Art. 84) si matas a un gato; que, si el bebé llegara a nacer, se pueda abandonar gratis en un contenedor; que, antes de abocar a su eliminación intrauterina, los irresponsables progenitores no reciban un cursillo sobre las consecuencias de echar un casquete a la remanguillé, ni figuren en un registro de incapacitados para la tenencia responsable de hijos. Y, en fin, que el bos taurus sea la única especie animal privada de mente, emociones, nervios sensitivos y derecho a protección, «bienestar, dignidad y armonía con el entorno en el que se encuentra», lo que jurídicamente lo equipara al homo sapiens prenatal.

Antes de llamarme retrógrado contrario al progreso de la sociedad, léanse el texto de este nuevo engendro legislativo, impulsado por la misma despreciable facción del gobierno que no condena el criminal ataque del sátrapa Putin a Ucrania y culpa del «conflicto» (¿les suena?) a la OTAN. Qué vergüenza.