Hace más de medio siglo recibí mi primera lección de Anatomía Humana. Con diecisiete recién cumplidos, era un chaval que sabía de Biología, Embriología y Genética menos que el actual gobierno y su oposición juntos, que ya es decir. Y me fascinó descubrir cómo la unión de dos células llamadas gametos, una masculina, el espermatozoide, y otra femenina, el óvulo (otros géneros no venían en el libro) aportaban cada uno sus 23 cromosomas, uno de ellos, sexual (X la femenino y X ó Y el masculino) para formar la primera célula de un nuevo individuo llamada cigoto, ya varón (XY) o hembra (XX). Durante los cuatro días siguientes esta célula se multiplica con rapidez hasta formar primero la mórula y luego el blastocisto, que a la segunda debe implantarse en la mucosa uterina para alimentarse. Las seis siguientes son el período embrionario, durante el cual la nueva criatura desarrolla todos sus órganos y sistemas, así que a partir de la novena semana el embrión se convierte en feto. Solo mide 10 centímetros, pero ya está perfectamente formado y durante los siguientes siete meses crece y madura hasta que su expulsión del seno materno sea compatible con la vida (a las 26 semanas pueden ser viables hasta el 72% de los bebés prematuros).
Desde entonces sé que un embrión o feto de no importa cuántas semanas es un ser humano en las primeras fases de su existencia que, si se le deja vivir, se continuarán con las de lactancia, infancia, pubertad, adolescencia, juventud, madurez y senectud. Así que no por razones legalistas, ideológicas, éticas o religiosas, sino biológicas, antropológicas y lingüísticas, quitarle la vida a un ser vivo se llama matar, y si pertenece a la especie humana, homicidio. Así de clarito, póngase como se ponga quien se ponga. Claro que una cosa son las leyes biológicas que dicta la Naturaleza y otras las humanas, que son imposiciones arbitrarias en las autocracias y convenciones aprobadas por las mayorías en democracia que gusten o disgusten hay que acatar, y que son las que establecen los derechos y las obligaciones de los ciudadanos.
Así, en algunos países es tan legal matar a seres humanos en fase embrionaria como a adultos que cometan crímenes castigados con la pena de muerte. En España solo es legal el homicidio intrauterino, el cual (1) puede llevar a cabo una adolescente que sí necesita consentimiento legal para operarse de un grano, (2) sufragado por un Estado demográficamente suicida que incentiva más abortar que procrear y (3) sin el castigo que conlleva abandonar y no digamos liquidar a un chucho, un michino o un mustélido. El homo sapiens prenatal es la criatura más vulnerable y con menos derechos que existe, porque así lo establece una Ley humana tantas veces contraria a la Ley natural. Y así nos va a la Humanidad.