Lo que sigue no es la opinión de un columnista ejerciendo su libertad de pensamiento y expresión, sino algunos de los conocimientos básicos de Biología, Bioquímica, Embriología, Anatomía, Fisiología, Patologías Médica y Quirúrgica y Obstetricia cuya acreditación académica faculta para ejercer la profesión de médico.
Uno. El óvulo femenino posee un cromosoma sexual (X) y el espermatozoide masculino otro (X o Y) que al unirse en la fecundación asignan el sexo del nuevo ser humano: masculino (XY) o femenino (XX). La dotación cromosómica establece los órganos reproductores que poseerá, y el Y contiene un gen bautizado SRY (sex-determinig region Y) que determina la masculinidad.
Otro. Un ser humano poseedor de testículos productores de espermatozoides los cuales, eyectados a través del pene, pueden fecundar óvulos femeninos, es un varón; y el poseedor de los ovarios generadores de tales óvulos que, una vez fecundados, pueden anidar en el endometrio uterino y desarrollar un embrión que llegado el momento saldrá de su cuerpo como un feto maduro, es una mujer, y ambos lo serán aunque se travistan por fuera y por dentro modificando su fenotipo, porque ni la cirugía ni las hormonas pueden alterar el genotipo contenido en el núcleo de las células del cuerpo humano, es decir, cambiar el sexo.
Esculapio me libre de meterme en el charco de la identidad de género y su «reasignación» (palabro inexistente en el diccionario), porque una cosa es la biología y otra la política, y debemos aceptar con democrática resignación (esta sí existe) que lo que la ciencia biológica denomina aberración (anomalía morfológica o fisiológica extremas) pueda convertirlo el poder político legítimo en un derecho costeado con impuestos, aunque no estemos de acuerdo. Lo que ya me toca los telómeros es que una incompetente inconsciente tan peligrosa como la ministra Irene Montero, refiriéndose a la «reasignación» de sexo, afirme que «no siendo la voluntad de cambio una patología, no parece que tenga sentido que profesionales de la medicina o de la psicología intervengan».
No me atrevo a dictaminar, como esta brillante catedrática candidata al Nobel, si desear ser legalmente un hombre siendo biológicamente mujer, o viceversa, es o no patológico, porque lo desconozco. Pero no hace falta ser una lumbrera para saber (1) que el embarazo sí que no es una enfermedad, (2) que desde Hipócrates el objeto de la Medicina ha sido llevarlo a buen término y (3) que elaborar listas negras de médicos ejercientes del derecho a rechazar su interrupción voluntaria como paso previo a la penalización es propio de regímenes nazicomunistas. No es un contrasentido: los totalitarismos siempre coinciden en lo peor, como pretender derogar las leyes de la biología humana.