Menos mal que la actualidad aprieta, pero no ahoga. Entre tantas pésimas noticias (subida de tipos, encarecimiento de todo, este gobierno de coalición, trenes que no cogen en los túneles, delincuentes sexuales beneficiados por una ley, guerra, terremoto, etc.), surge una que reanima el regodeo nacional: el activista antisistema de cresta, tatuajes ácratas, piercing y camiseta antifascista que causaba furor entre las féminas de una comunidad libertario-anarco-indepe-okupa de Barcelona era un policía nacional infiltrado. Esto de la infiltración en el enemigo es tan viejo como la Biblia: Dalila y Judith tuvieron que seducir a Sansón y a Holofernes para cortarle la melena al primero y directamente el pescuezo al segundo. En esta regocijadora historia, desconozco si la figura del «policía encubierto» se ajustó o no a los supuestos legales que permiten introducirlo en ciertos «movimientos sociales» potencialmente delictivos para vigilarlos. Lo cierto es que quien nos okupa llevó el celo introductor al extremo de procurar a las activistas el particular consolador de frustraciones sociopolíticas de un cuerpo tan fornido como el de la Policía Nacional.
El esperpento surge cuando se descubre el pastel y cinco de las ocho mujeres presuntamente liadas con el chorbo denuncian que mantuvieron con él «relaciones sexoafectivas», es decir, jodienda a calzón quitado; por supuesto, consentidas: no solo concedieron el peneplácito al fornicio, sino que algunas incluso llegaron a salir con el agente sin sospechar nada, lo que dice poco de su intuición feminista y mucho de la profesionalidad del donjuanuesco pollicía. Sin embargo, ahora lo acusan de violencia contra las mujeres, abusos sexuales y «violación institucionalizada» porque, dicen, nunca se acostarían con él sabiendo que era un poli sin gorra ni porra (pero con mucha chorra). Esto es ir más allá del «solo sí es sí»: ya no basta con que yo consienta en realizar una guarrerida española contigo; antes tienes que informarme de si eres casado, canónigo, madero, auxiliar de clínica o viajante de comercio. La denuncia, apoyada por Igualdad y presentada por ERC, Junts, PDeCAT, la CUP, BNG y Bildu, incluye la acusación de tortura por parte del agente a las libertarias al «haberles provocado sufrimientos físicos y mentales y haber atentado de manera directa contra su integridad moral». Y tan directa. Hay que joderse. Sin comentarios.
Hace más de dos siglos el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín triunfó con su comedia El sí de las niñas, que reivindica el derecho de las muchachas a casarse por amor y no por imposición familiar. Pues este asunto daría para una nueva versión de la obra, que bien pudiera titularse El sí de las libertarias. Arrasaría.