En 2022 el Ministerio de Igualdad cuadruplicó su gasto en publicidad hasta alcanzar el segundo puesto (19.600.000 euros), muy por encima de ministerios que sirven para algo como Sanidad, Agricultura, Pesca y Alimentación, Cultura, Transportes, Industria, Justicia, etc. La campaña incluyó perlas como el video que presenta a una ama de casa vengándose de la panda de varones vagos e inútiles que integran su familia arruinando la cena de Nochebuena, groseramente justificado por la ministra Belarra porque Charo, la protagonista, «está un poquito hasta el coño de hacerlo todo». Una inverosímil fantasía revanchista fruto, quizá, de la experiencia familiar de la ministra. El grueso de la publicidad se dedicó a combatir la llamada violencia machista, con el trágico balance conocido: 49 mujeres asesinadas el año pasado, 13 sólo en el mes de diciembre. Si a esto añadimos los 133 delincuentes sexuales que hasta la Nochevieja vieron reducidas sus penas o fueron excarcelados gracias a la llamada «ley del sí es sí» promovida por ese Ministerio, que Irene Montero siga siendo su titular prueba que en España no existe una democracia de calidad, homologable a la de países donde un alto cargo dimite cuando le pillan plagiando la tesis, trampeando la declaración de la renta o algo piripi en un sarao.
El problema de esta panda de advenedizos al poder sin más bagaje intelectual, académico y político que tres ideas elementales, simplonas e ingenuas, es que creen poder transformar la sociedad a base de leyes y propaganda. Desconocen que para combatir el maltrato (a la mujer, al varón, al anciano, al niño, al empleado, al animal), el acoso (en la pareja, en las redes, en el colegio, en el trabajo), el fraude fiscal y demás picarescas, la intolerancia al que opina distinto, el vandalismo callejero, el desprecio al prójimo y demás lacras tan firmemente ancladas en el fondo de la idiosincrasia española, otra ley coercitiva u otra campaña publicitaria no sirven para nada. Que la clave es la EDUCACIÓN; que ésta debe iniciarse desde el primer año de la vida de los ciudadanitos, y que mejorar una sociedad inculcando en sus miembros respeto, tolerancia y civismo es una labor que exige tres cosas: reconocer la necesidad de cambiar, decidida voluntad de hacerlo y muchos años de esfuerzo en el que deben involucrarse familias, docentes e instituciones.
En este sentido, no parece que malgastar dinero público en caricaturizar de modo degradante a una familia, justificándolo por el presunto hartazgo genital externo de la señora de la casa, sea avanzar en esa dirección. A esta maleducada ministra del Gobierno de España quizá le sorprendería descubrir hasta dónde estamos muchísimos españoles de su arrogante ineptitud, entre otras. En efecto, hasta allí.