Tras catorce años apalancado en el Palacio de la Moncloa, Felipe González asumió su nueva condición con aquella célebre reflexión: «Para mí, los expresidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes». Recientemente, González la ha actualizado con ironía: «Nadie sabe bien dónde ponerlos y todos albergan la secreta esperanza de que, por fin, algún niño travieso les dé un codazo y los rompa». ¿Pedrito o Pablito, quizás?
Desde 1996, el parque nacional de jarrones chinos ha crecido hasta los cuatro actuales: González, Aznar, Rodríguez y Rajoy. Son como zombis políticos, incómodos, sí, pero sobre todo para los ex suyos, errantes por un panorama político donde ya no pintan nada, pero del que se resisten a desaparecer. Todos vivieron los tiempos del bipartidismo y ninguno tuvo que presidir un gobierno de conchabanza.
Mas hete aquí que cierto día la indignación y la corrupción provocaron la aparición de un partido a la izquierda del PSOE y otro a la derecha del PP, respectivamente, y la fragmentación del voto obligó a hacerles hueco en la mesa del Consejo de Ministros o en la de algún Consejo de Gobierno autonómico, como pago del apoyo que les permitiese gobernar, originando un nuevo personaje político susceptible de metáfora ornamental: el florero.
Son ese ministro o esa consejera que decoran el despacho del jefe o la jefa, que tampoco pintan ni hacen nada, porque su departamento para nada sirve, y que cuando abren la boca la arman, pero les recuerdan que están ahí gracias a ellos y que no se los pueden cargar como a los suyos cuando les caen en desgracia. Así que lo primero que hacen cada nueva mañana en el machito es cambiarle el agua al florero y añadirle esas vitaminas que mantienen flores y capullos tan lozanos, aromáticos e inútiles como el primer día, mientras le preguntan al espejito mágico del despacho si en su jardín hay alguien más guapo o guapa que ellos y, en caso afirmativo, llamar al verdugo del BOE, o del BOR, para que lo arranque de raíz al amanecer.
En La Rioja sobreviven siete expresidentes de gobierno, todos los anteriores a la actual ocupadora del Palacete, la verdad es que a cuál más discreto y menos entrometido en la política regional, a destacar el clamoroso silencio del que gobernó durante más años que los otros seis juntos. Más que como jarrones chinos, nuestros ex presis son como un porrón o botijo que han ido pasándose de mano en mano para calmar la sed de poder sin necesidad de tocar el pitorro. Ni, desde luego, de mantener costosos floreros. Eran otros tiempos.