Supongo que me asiste el derecho a dar mi opinión sobre las manifestaciones del llamado Día del Orgullo LGTBI, y es tan simple como concluyente: no me gusta. Cuando empezó a celebrarse escribí que en España las diferentes orientaciones de la sexualidad están plenamente reconocida legal y socialmente como opciones respetables. Que, por tanto, no veía el sentido de semejantes desfiles callejeros de intención más exhibicionista que reivindicativa. Que sí lo tendría en los ochenta países, en su mayoría árabes y africanos, donde la homosexualidad está prohibida, perseguida y castigada hasta con la muerte. Como también lo tendrían un 1º de Mayo sindical en China, un 8-M feminista en Irán o, en España, los orgullos del Autónomo Emprendedor de Riqueza y Empleo, del Ama de Casa Todoterreno, del Mileurista Superviviente, del Cooperante Desinteresado, del Investigador Exiliado, de los Creadores de una Familia tras Décadas de Matrimonio, de los Recogedores de la porquería que tiran al suelo otros y demás Trabajadores a cincuenta grados al Sol o de cualquier otro colectivo de héroes anónimos bregados en la dura supervivencia cotidiana. Pero estas clases de orgullo, concluía, no se manifiestan en algaradas carnavalescas: se sobrellevan en la más discreta intimidad. Ya les gustaría a todos ellos sentirse tan protegidos y defendidos por toda una Dirección General, como la de Diversidad Sexual y derechos LGTBi, Ministerio de Igualdad, Gobierno de España.
Unos cuantos años después, me reafirmo en que los festejos del «orgullo» no me gustan nada, ni tampoco que los justifiquen como reacción de un colectivo «contra el odio», pues parece que si te desagrada eres homófobo y, oiga, uno nunca ha odiado, odia ni odiará a nadie, solo eso, que no me gusta, ¿entienden?, como también me disgustan los conciertos de rock, los partidos de fútbol, las corridas de toros, las procesiones, las verbenas, los sanfermines o el melón, y no por ello soy melonófobo. Odiar es algo mucho peor, desear el mal, y claro que hay quien profesa odio a los miembros de este colectivo, pero ya es un delito tipificado, perseguido y castigado, y son una minoría tan indeseable como las que dañan al prójimo robando, estafando, calumniando, maltratando o asesinando. Las agresiones a homosexuales por serlo son tan lamentables, perseguibles y condenables como las que sufren casi a diario, por ejemplo, sanitarios, docentes, policías y funcionarios de prisiones, también por serlo. Ni más, ni menos.
Y a quien le disguste esta opinión tendrá que aceptarla como yo aceptaré que no le guste que a mí no me guste lo que no me gusta, pero a él sí. Ya saben que en cuestión de gustos no hay nada escrito. Así que cada cual se procure el suyo cómo y por dónde más le plazca. Faltaría más.