Se han cumplido cuatro años desde la moción de censura que derribó al gobierno monocolor del PP presidido por Mariano Rajoy, quien, cosas del sistema, tuvo que cederle el puesto a un tipo que no era ni diputado. La defenestración fue posible por el voto favorable de una ensalada de partidos aliñada con una salsa mezcla de izquierdismo ex socialdemócrata (PSOE), nacionalismo periférico (PNV, En Comú Podem, Nueva Canarias, En Marea, Coalició Compromís), independentismo secesionista (ERC, PDeCAT), abertzalismo (Euskal Herria Bildu), neocomunismo (Unidas Podemos) y odio republicano al nacionalismo español, al «Régimen del 78», a la monarquía y a las «derechas», entonces PP y Ciudadanos, pues Vox aún no había eclosionado. Un monstruo político motejado «Frankenstein» al que su creador debe alimentar para que sigan apoyándolo.
Con tales mimbres, revalidados en las elecciones de 2019, el gobierno se mantiene en el poder con 155 diputados, 120 del PSOE y 35 de Unidas Podemos, dos socios comensalistas que solo se soportan porque de ello depende su permanencia en el machito. Extinguido Cs, la única alternativa viable al actual gobierno sería uno de coalición PP-Vox si entre ambos superaran los 175 diputados. Entonces Frankenstein tendría que regresar a su cueva con el rabo (o lo que tenga) entre las piernas, y ello explica la feroz campaña desplegada por el monstruo contra su mayor amenaza de supervivencia, un partido al que acusan de franquista, fascista y no democrático, aunque, a diferencia de ellos, respete la Constitución, coseche millones de votos y no haya ejercido el terrorismo, la rebelión o la deslealtad institucional. Sólo defiende ideas que no les gustan. A mí tampoco, pero menos aún las suyas, y el sistema exige respetarlas todas.
Así las cosas, en el terreno de juego siempre sucio de la política nacional nos aguarda una reedición de la vieja confrontación entre dos bloques antagónicos cuya clave será el resultado del experimento PP-Vox iniciado en Castilla y León, presumiblemente repetible en Andalucía. Si, como es de esperar, los ciudadanos no notarán mucha diferencia en su día a día respecto de la coalición PP-Cs (pues la ideología ni quita ni da de comer, ni sube los salarios, ni rebaja el coste de la vida), lo más probable es que los días del sanchismo estén contados.
Muchos españoles creen que al país le iría mejor gobernado por un señor que ha demostrado ser un buen gestor público (INSALUD, Correos, Xunta) que con un oportunista que se apoya en los enemigos del Estado para mantenerse en el poder. Pero resulta que muchos votantes de los partidos que integran la ensalada frankenstein no se sienten españoles, y hay que aceptarlo como ellos deberán aceptar la posible derrota que los desaloje del poder. Es el sistema.